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El tecnoestrés, el hombre contra la máquina

No hace tanto tiempo que llegó la era digital a nuestros días. De hecho, los comienzos de la hoy llamada Red datan de 1960, año en el que el servicio norteamericano de inteligecia (CIA), desarrolló un sistema informático para conectar todos sus puntos estratégicos del planeta. Hasta los años 80, más bien finales de esta década, se comenzaron a ver los primeros avances de la ciencia electrónica. Grandes y aparatosos equipos, comenzaban a poblar las oficinas de las empresas. Poco a poco, la adquisición de estos equipos se convirtieron en una necesidad más que un capricho. Los jóvenes de principios de los años 90 comenzaban a dilucidar las posibilidades que ofrecía la informática en pleno apogeo de las videoconsolas. La revolución del internauta comenzaría justo cuando algunos se aventuraron en anunciar el fin de la era informática: el cambio de milenio. Mal les salió su predicción.

Hoy en día el mundo se conecta a través de la red. Transferencias bancarias, contratos de trabajo, compras de todo tipo o compra-venta de acciones, son meras acciones del día a día. Como toda revolución, trae consigo unos efectos secundarios que cobran el cariz de problemáticos. La tecnología digital no iba a ser menos. El tecnoestrés. Un curioso estado creado en aquellos que no son capaces de adaptarse a los avances de la tecnología.

Muchos de los estudios relacionados con el Tecnoestrés y sus consecuencias psicosociales se desarrollan en el cuadro de la incompatibilidad con las TIC. De hecho, uno de los primeros posicionamientos serios sobre éste fue llevado a cabo por el psiquiatra estadounidense, Craig Brod, quien la definió como una enfermedad de adaptación causada por la falta de habilidad para tratar con las nuevas tecnologías del ordenador de forma sana (‘Technostress: The Human Cost of the Computer Revolution’, 1984).

Más tarde, en los inicios del presente siglo, se recogerían definiciones quizá más acordes con los efectos y sus consecuencias psicológicas. Principalmente, por la declinación por adoptar que se trata de un ‘estado psicológico’ y no de una enfermedad. Por tanto, se vendría a significar ese estado que viene condicionado por la percepción de un desajuste entre las demandas y los recursos relacionados con el uso de las TIC que lleva a un alto nivel de activación psicofisiológica no placentera y al desarrollo de actitudes negativas hacia las TIC’ (Salanova, 2003).

Por tanto, la ansiedad y la proliferación interior de un posicionamiento negativo hacia las TIC, son los dos pilares sobre los que parecen asentarse el tecnoestrés. Por otra parte, como cualquier otro estado psíquico tiene su antónimo. En este caso, vendría a ser la tecnoadicción, es decir, la imperiosa necesidad de estar conectado a las nuevas tecnologías en todas sus variantes. Además, en los estudios consultados, existen otros dos tipos asociados a este estado. La tecnoansiedad y tecnofatiga.

El primero se asocia al fomento fisiológico no asociada al placer y que por tanto, produce en el sujeto altos niveles de tensión y malestar cuando debe enfrentarse a algunas de las herramientas de las TIC. La tecnofatiga por su parte viene asociada al agotamiento mental cognitivo aparejado al escepticismo de la eficacia de las nuevas tecnologías. 

Y es que la tecnología asociada a las nuevas tecnologías se ha impuesto como una meta más que cumplir en los currículums laborales. En la mayoría de las empresas, negocios y universidades, el estar conectado es una prioridad, no una necesidad innecesaria. Los jóvenes parecen haber ganado la batalla a los más mayores en esto de las nuevas tecnologías, aunque este estado psíquico en ocasines, no entiende de edades.

¿Por qué hay frustración?

Según se detalla en el mismo estudio (Salanova, 2003), las exigencias de la vida laboral asociadas a las nuevas tecnologías al igual que la ausencia de herramientas tecnológicas o sociales relacionados que se asemejan a las mismas, suponen un problema. Las nuevas generaciones nacen con la ventaja de tener ímplicito el conocimiento de las nuevas herramientas de comunicación e información. En contrapartida, todos aquellos que o bien no apostaron por la innovación o pensaron que seguirían siendo los mismos trabajadores, aún con menor cualificación.

El teletrabajo se avista como una de las vías por las que versará la vida profesional en muy poco tiempo. Muchos de los que hoy sufren tecnoestrés, también sienten la frustración social de haberse quedado fuera de juego cuando son conscientes que su dominio en otros campos es mucho mayor.

La tecnología en la era digital nace como una solución para el humano, como un mecanismo de ayuda para poder avanzar en la conexión con otros iguales. En sí, claro que no es una enfermedad, pero el tecnoestrés o rechazo a las nuevas tecnologías, puede ser una de las razones por las que el hombre deje de ser competente ya que se siente inferior al avance de las máquinas. ¿Solución?. Interés y simple instrucción.

 

 

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