Sería el Dr. Steven Brathman el que acuñara este término hace más de una década. Su significado concreto significa apetito correcto y es definida por éste como un trastorno que puede desencadenar en compulsivo. En sí, es una de las ramas que se desprenden de una de las enfermedades que arrasan en la actualidad, la vigorexia. Aunque el componente psicológico es equiparable al de otros trastornos de la conducta como la anorexia.
Elaboración de una dieta sana, conocimiento de la calidad de los productos o una obsesiva composición de lo que se va a comer al día siguiente o en los venideros días, son algunas de las características que la definen. La nocividad de este comportamiento radica, curiosamente, en la disminución de la calidad de vida. ¿Por qué?. En muchas de las ocasiones, el ortoréxico llega a dedicar parte de su tiempo vital a la elaboración de un plan que vaya parejo al deporte llevado a cabo y que se convierte en su única aspiración en la vida.
Si a esto se le une que, debido a su opción por alimentos poco grasos, muy proteicos y considerablemente limpios, en muchos de los casos, órganos como el riñón o el hígado sufren sus consecuencias, el problema está a la vuelta de la esquina. Según distintos manuales de psicología consultados, la mayoría de los ortoréxicos tienen el pensamiento único de que la dieta que llevan a cabo es la correcta, cuando en realidad, es todo lo contrario. Otro de los problemas de la ingesta dispar es la forma espartana en que acometen todos sus actos, tanto con la comida como con el deporte llegando al puro aislamiento social. Sólo viven para su cuerpo.
Además, el sentimiento de culpa puede llegar a hacer mella en el afectado. Nunca optan por consumir otro tipo de alimentos, reduciendo el abanico de posibilidades comestibles. En el momento en el que ceden al ‘vicio’, la autoreflexión se convierte en obsesiva. De ahí, que la comida sana sea un problema paradójicamente. El citado aislamiento social viene potenciado por la desconfianza que se crea en la mente del ortoréxico cuando no es él que prepara los alimentos. Por otra parte, no tener conocimiento de todas y cada una de las propiedades que los conforman así como la hastía por los aditivos y conservantes, desencadenan en la ingesta solitaria de los alimentos.
El precio de la obsesión
La inmensa mayoría de los alimentos que consumen, están fuera de los circuitos sociales de compra. Es decir. Encontrar productos exentos de todo tipo de grasas y calorías, y por tanto, «limpios», supone un precio en ocasiones demasiado caro. Esto también es una de las razones que explican el aislamiento. No tener dinero para invertirlo en la comunidad, volviéndose sin darse cuenta, en egoístas.
En distintos consultorios on line (foros), se ha observado que sorprendentemente las mujeres que conforman un target cercano a los cuarenta años de edad, tienen características de este trastorno. Por tanto, no se trata meramente de un problema asociado a los jóvenes que adquieren pautas de deporte compulsivo y que su única meta es el culto al cuerpo. Parece que esta sociedad, en la que se mira más el ombligo que los méritos personales, es más importante tener buenas piernas que buenas ideas.
Por otra parte, también se ha observado que en muchos de los testimonios, el trastorno se asienta en personas que han sufrido una discriminación social- quizá en su infancia- por su gordura. De hecho, una gran parte de los que cambian bruscamente sus pautas de consumo y acción, tienen muchas más papeletas para adentrarse en el oscuro laberinto del trastorno compulsivo. Cuándo comer sano tuvo consecuencias tan nocivas.