Ante un problema generalizado, una solución personalizada. El exceso de peso afecta ya a más de 2.000 millones de adultos en todo el mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud. En España, aproximadamente el 23% de la población adulta padece obesidad, mientras que un 53% sufre problemas de sobrepeso. El aumento del sobrepeso y la obesidad, resultado de diversos factores como los cambios en los patrones alimentarios y en los hábitos de actividad física, entre otros, se ha convertido en un problema de salud pública a nivel mundial.
A pesar de ello, la obesidad aún no ha sido reconocida como una enfermedad crónica y multifactorial en España. Es por eso que desde la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI) insisten en la importancia de otorgarle este estatuto. Así lo demanda su presidenta, Juana Carretero, quien señala que «no se debe hablar de una persona obesa metabólicamente sana, ya que la obesidad debe ser considerada como una enfermedad crónica, recidivante y multifactorial». Además, Carretero añade que «la obesidad no es un factor de riesgo para la diabetes y otras enfermedades metabólicas y no metabólicas, sino que es en sí misma una enfermedad crónica de la cual se derivan otras enfermedades metabólicas».
Este mismo pedido fue ratificado en el Congreso de los Diputados por las trece organizaciones de pacientes y sociedades científicas que conforman la Alianza por la Obesidad. En el marco de la publicación del informe ‘Situación sanitaria y social de las personas con obesidad en España’, los representantes de la alianza reclamaron la necesidad de reconocer la obesidad como enfermedad para poder conocer su impacto y diseñar y poner en marcha estrategias y propuestas para abordar esta alarmante situación.
«La obesidad es una enfermedad infradiagnosticada y la coordinación entre los diferentes profesionales sanitarios y entornos clínicos es inadecuada», advierte la doctora Irene Bretón, coordinadora electa del Área de Obesidad de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). Es por ello que insiste en que «es fundamental un abordaje multidisciplinar, tanto en la prevención como en la identificación de las personas con mayor riesgo, así como en la evaluación y el tratamiento de las personas afectadas».
En el ámbito de la prevención, existen ciertas herramientas que suelen repetirse en diferentes países, aunque está claro que muchas de ellas resultan insuficientes y se necesita innovación y un enfoque renovado. En este contexto, cobra cada vez más relevancia el concepto de nutrición personalizada, que promueve un nuevo enfoque basado en la individualización al diseñar dietas exclusivas según las particularidades y el perfil genético único de cada persona.
La nutrición personalizada busca optimizar la salud de cada individuo teniendo en cuenta sus características específicas y centrándose en cómo las células de cada persona interactúan con los nutrientes que consumen.
Investigaciones recientes apuntan en esa dirección y revelan la conexión que existe entre la microbiota y la obesidad. Este es el caso del estudio reciente realizado por científicos españoles de la Universidad de Navarra, que combinó datos fisiológicos, de metagenómica y metabolómica para investigar los mecanismos por los cuales estos microorganismos están implicados en el desarrollo de la obesidad. El estudio demostró que un desequilibrio en los distintos grupos bacterianos que conforman la microbiota intestinal influye en la aparición y el desarrollo de la obesidad. Además, determinó que existen diferencias significativas entre hombres y mujeres.
Las investigaciones recientes y la incorporación de nuevas tecnologías dejan claro la importancia de avanzar hacia la adopción de estrategias y herramientas que tengan en cuenta las particularidades de cada individuo, en lugar de probar las clásicas recetas que proponen una fórmula mágica que funciona para todos, como es el caso, por ejemplo, del controvertido etiquetado nutricional frontal. Esta herramienta, que se ha popularizado en los últimos años, responde a un enfoque del pasado que pone el foco en los alimentos y no en cómo cada individuo responde a su consumo. Como bien explica el experto en nutrición francés Jean-Michel Lecerf, «la alimentación es mucho más compleja que la suma de sus partes», por lo tanto, considera que el etiquetado nutricional, y en particular el modelo francés Nutri-Score, «es un enfoque simplista».
«El Nutri-Score es un concepto nutricional de los años 80», concluye Lecerf, señalando lo desfasada que ha quedado esta herramienta en comparación con los avances tecnológicos e investigaciones recientes que permiten ofrecer soluciones innovadoras y personalizadas para cada consumidor.
El NutriScore, el etiquetado que se probó en España con poco éxito, desalienta el consumo de determinados productos al clasificar a los alimentos como ‘buenos’ o ‘malos’ según las notas que reciben, que van de la ‘A’ a la ‘E’. Sin embargo, este etiquetado no tiene en cuenta la porción de consumo ni la forma de cocinar los alimentos, y tampoco considera quién está viendo la etiqueta. El efecto que un mismo alimento puede tener en una persona saludable, de determinada edad y con un estilo de vida específico, no es el mismo que puede tener en otro consumidor. La herramienta del etiquetado frontal generaliza a los consumidores al pasar por alto estos puntos relevantes que hacen de cada uno de ellos un individuo con características diferentes y por ende, con necesidades diferentes.
Tomando como ejemplo los resultados de la investigación de la Universidad de Navarra, que concluye que «las especies que influyen en el riesgo de desarrollar obesidad parecen ser diferentes según el sexo», queda claro que, por ende, los tratamientos deberían ser distintos. «Las intervenciones para prevenir la aparición de un microbioma favorable a la obesidad podrían tener que variar entre hombres y mujeres», explican desde la institución. Aunque aseguran que se necesitan más investigaciones para confirmarlo, lo que queda claro es que para problemas globales se requieren soluciones personalizadas.