La concepción del ‘periodo’, ‘regla’ o ‘menstruación’, ha variado durante el paso de los siglos. Distintos enfoques por las distintas culturas han inundado las miles de páginas que éstas se han preocupado en plasmar. En cualquier recóndito lugar del planeta, la percepción del fenómeno es interpretada conforme con las pautas que marcan el quehacer diario de las creencias de la comunidad.
El hombre primitivo tenía la convinción de que la mujer durante el periodo se convertía en un ser sobrenatural. La razón radicaba en que no llegaba a comprender como una mujer que sangrase y no muriese. Como ésta creencia, existe una amalgama casi interminable de qué indica, cómo afecta a una colectividad o de la influencia de la figura femenina en todas y cada una de las sociedades que han vivido y que viven en el globo.
La menstruación ha sido tratada como un tema mágico, principalmente por las distintas tribus de África y Latinoamérica. Pero también como un hecho al que se debe temer. Desde algunas africanas, de Nigeria o Somalia, se tiene la idea de que el periodo aumenta las posibilidades de provocar infertilidad en el animal sagrado, en este caso, la vaca. Del mismo modo, en otras procedentes de Nueva Guinea, se concibe que mientras la mujer se encuntra en el estado de ovulación, ésta debe ser enclaustrada en distintos habitáculos con el objetivo de no arruinar la cosecha.
De hecho, como se defiende en el libro «El jardín de la Salud» de H.Schipperges, los falashas procedentes de Etiopía, reclutan a sus mujeres en lo que ellos denominan las casas de la sangre, lugares en los son reclutadas durante un espacio de siete días. Por su parte, los chiriguanas de los Andes aislan a las mujeres que tienen su primera regla durante un año en habitáculos en los que no podían hablar con nadie. Aunque si existe un periodo tormentoso de aislamiento para féminas con su primera regla es al que se supedita en Borneo. Aquí, se las aisla durante siete años hasta el momento en el que se considera pura.
En Europa, y más desde hace varios siglos, la concepción de la menstruación tiene una connotación más de estudio que de creencia. Aunque no quiere decir que en los conatos de formación de la hoy llamada vieja Europa, exisitieran rituales similiares a los de sus homónimos tribales en África, por ejemplo.
La concepción en el Islam: la mujer como fuente de polución
La interpretación sobre los diversos juegos humanos son interpretados con cierto escepticismo desde la lejanía de la creencia, al mismo tiempo, que con cierta curiosidad. El mundo islámico es una fuente de metáforas contínuas, de juegos interpretativos entre los que la menstruación se convierte en uno de sus principales galimatías y tabúes.
Según las investigaciones llevadas a cabo por la escritora Fátima Mernissi (Premio Príncipe de Asturias en 2003) y publicadas en 2001 en la revista virutal ‘Web Islam’, en la Arabia preislámica- Aixa y las demás mujeres del Profeta sostuvieron que nunca éste tuvo una actitud discriminante hacia la mismas durante el periodo- se tenía una actitud «fóbica». La mujer, cuando menstruaba, era asimilada a una fuente de polución.
Un concepto que viene de la mano de la «obsesión» por la purificación. «El Islam insiste sobre el hecho de que el sexo y la menstruación son dos acontecimientos bastante extra-ordinarios, pero no hacen de la mujer un polo negativo que, en cierto modo, «anula» la presencia de lo divino y altera su orden», defendía en su día Mernissi.
La concepción actual
De oriente a occidente, la concepción del periodo con el paso de los siglos, se ha homegeneizado. Es decir, se ha alejado de una vertiente de superstición y en ocasiones, creencias ancestrales. Esto no quiere decir que existan cierto tipo de conductas más o menos creíbles e influyentes como puede ser la relación directa de la menstruación con la luna y sus ciclos, ya que coinciden, y sus influencias sobre la tierra.
La mujer, irremediablemente para ella, agradecidamente para el resto de la humanidad, es la portadora de la vida. Pero para ello debe pasar por uno de los momentos más traumáticos al mismo tiempo que inquietantes como lo es la primera menstruación. Ninguna palabra hubiera sido dicha si la mujer no hubiera portado la sangre. Lo injusto parece radicar, más allá del respeto a las demás culturas, en que se la castigue por ser la fuente de vida humana. Por fortuna, en la mayoría de los lugares del planeta, eran otros tiempos.