-La OMS reconoce que la ‘pandemia’ de la gripe A no ha sido tal y la Comisión de Salud del Consejo de Europa señala que elementos usados en las vacunas podrían ser cancerígenos. Las autoridades sanitarias españolas no cuestionaron a la OMS y siguieron sus dictámenes. ¿Puede estar tranquilo el usuario con la sanidad pública?
-En la Gripe A el problema ha sido quién ha tomado decisiones y con qué criterios. El fondo de todo es la escasa discusión que ha habido. La ministra, como el resto de países, tiene un concepto de que la OMS es como la iglesia, como el Papa, infalible. Pero la OMS es una institución con luces y sombras. Por encima de que en este episodio se haya probado documentalmente que algunos de sus miembros tienen intereses en la industria farmacéutica, en general, la OMS está aceptando situaciones de salud en el mundo muy próximas a la industria farmacéutica. Hay que tener una capacidad de reflexión mayor. A mí me ha recordado esta situación a procesos históricos como la infalibilidad de la Iglesia o de las Internacionales Comunistas.
-¿Qué queda por hacer?
-Lo peor por parte de nuestra ministra de Sanidad es que ahora no se corrija la situación (además de que no se devuelvan las vacunas y se reintegre el importe). A mí me parece que el problema del fondo es que los saberes técnicos se piensan poco, los expertos buscan rápidamente el consenso y actúan. No ha habido confrontaciones. No se han considerado las voces que desde el mundo profesional sanitario cuestionaban la pandemia. La lejanía entre las autoridades sanitarias y los sectores reflexivos de la salud pública y la epidemiología se ha hecho patente.
-Quienes tienen la vacuna puesta, ¿qué acciones pueden emprender?
-La población vacunada es indefensa. Detrás de todo también se esconden las desigualdades. Las clases medias estaban informadas por los médicos, que decían que no nos vacunásemos. A mí, que soy diabético y población de riesgo, me decían que no me vacunase. Y no lo he hecho, con la seguridad de que podía superar una gripe. Los que se han vacunado son un sector de infelices, los más vulnerables, que no tienen recursos suficientes y siguen lo que plantea el telediario.
-¿Ni siquiera la población de riesgo se tendría que haber vacunado desde su perspectiva?
-No lo sé… No tengo respuesta técnica para eso.
-¿Para próximas ‘pandemias’, qué debería hacer el gobierno español?
-Recomiendo a todos los ministerios que incorporen la voz de los epidemiólogos, que ahora están completamente al margen de las decisiones de política sanitaria. Son personas que tienen mucha perspectiva histórica. Ellos pueden dar otra idea distinta de los asesores de los ministros, que son economistas fundamentalmente. Elaborar los problemas con disenso es esencial. Estamos en una sociedad de tecnología diez y pensamiento cero.
-¿Cuál es el porcentaje de médicos que no se ha vacunado en España de gripe A?
-Sobre el 80%, y se les recomendó.
-La medicalización de la sociedad es un tema que preocupa a los sociólogos, especialmente a usted. ¿En qué consiste?
-Es la expansión de la medicina más allá de sus fronteras convencionales. La medicina está presente en campos y áreas de la vida que antes se encontraban regidas por otras lógicas. Las industrias sanitarias, en especial la farmacéutica, se expansionan basadas en las potencialidades de las nuevas tecnologías. Un efecto perverso de esto es que el complejo industrial biomédico termina estimulando la demanda de sus propios medicamentos con la modificación de criterios diagnósticos de modo que aumente el número de enfermos, la conversión de problemas en enfermedades, la medicalización de los problemas sociales y del ciclo vital (niños, vejez, parto, menopausia…).
Vida ‘saludable’
-¿Una política del miedo?
-Bueno, se medicaliza la vida cotidiana mediante la prescripción de un estilo de vida ‘saludable’, muy alejado de las condiciones reales de numerosos sectores sociales. Lo cotidiano se convierte en un territorio vinculado a los riesgos de contraer enfermedad (la alimentación, la sexualidad, el ocio…).
-¿Según su criterio, cómo se consigue esa tendencia de medicalizar la vida de los ciudadanos?
-Con formas de márketing y publicidad en los medios, en colaboración con otras instituciones como empresas, colegios, asociaciones, ferias de salud ambulantes en las calles y otras. Nuestro tiempo es testigo de esta explosión sanitaria. Cualquier problema social es planteado en relación con la salud como un fin en sí mismo. El resultado es la multiplicación de expectativas sociales respecto a la medicina y el debilitamiento de la capacidad de la gente para afrontar los sufrimientos de la enfermedad y la muerte. La asistencia sanitaria se convierte en un bien de consumo del que resulta una sociedad enferma.
-Pero los avances médicos y la cura de enfermedades viven en una escalada continua, eso es irrefutable.
-Sí, pero el sistema sanitario se encuentra altamente fragmentado y descoordinado. La medicina se ha hiperespecializado. El cambio tecnológico dota a las distintas especialidades clínicas de mayores recursos diagnósticos y terapéuticos. El resultado es la competencia entre especialidades para construir su propia demanda. Los sistemas sanitarios se configuran como laberintos asistenciales para aquellos enfermos cuyo diagnóstico no encaja con una especialidad. La superespecialización tiene como efecto el incremento de errores médicos y la relegación de los médicos generales, que son fundamentales.
-¿Dentro de ese panorama, el SAS por qué se caracteriza?
-Es una pregunta peligrosísima… En Andalucía el sistema es igual al resto de los españoles, aunque el vasco y el catalán son algo superiores, pero sí somos mucho más fuertes en imaginación… vamos, que hay mucha invención propagandística. El Virgen de la Nieves, en Granada por ejemplo, tiene carencia de personal y asistencial, a pesar de ser un buen hospital, pero la Junta de Andalucía vende en la publicidad que ese hospital es el mejor sitio donde se puede comer en Granada y hacen jornadas gastronómicas con ‘chefs’ reputados. Delirante.