La grasa se ha considerado tradicionalmente como una simple fuente de energía, por lo que la cantidad total de grasa ingerida por el niño fue durante mucho tiempo la principal preocupación. Sin embargo, en la actualidad el interés está centrado en la composición, más que en la cantidad, de la grasa de la dieta, ya que se conocen las funciones específicas de cada ácido graso y sus implicaciones en el desarrollo del niño y en la salud a más largo plazo.
Los cambios que se han producido en el patrón dietético en los últimos años han conducido a la modificación del perfil graso de la dieta, con un mayor consumo de ácidos grasos saturados y poliinsaturados de la serie 6, y una menor ingesta de poliinsaturados de la serie 3.
Estos cambios dietéticos, junto con la instauración de otros hábitos poco saludables (sedentarismo, excesivo consumo de azúcares simples, etc.) podrán estar en la base del aumento en la prevalencia de obesidad infantil y la mayor incidencia de enfermedades cardiovasculares tanto en la edad infantil como en la adulta.
Por ello, actualmente se considera que la mejor prevención es la que comienza en la infancia. A partir del año de edad empiezan a producirse cambios nutricionales importantes, con la introducción de una mayor variedad de sabores y texturas junto con la progresiva independencia del niño. Esta etapa es clave para establecer unos hábitos alimentarios saludables que promocionen la salud del niño y del adulto.
Dentro de estos hábitos, se recomienda que la grasa de la dieta no aporte más del 30 por ciento del total de las calorías de la dieta del niño en edad preescolar y escolar, con una reducción en el consumo de ácidos grasos saturados y un aumento de mono y poliinsaturados. Entre estos últimos se encuentran ácidos grasos esenciales como el linoleico y el linolénico, precursores de la serie Omega 6 y Omega 3 respectivamente. Derivados de éstos son los ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga araquidónico, eicosapentaenoico y docosahexaencoico .
Estos AGPI-CL han despertado un gran interés por su papel como precursores de eicosanoides, compuestos claves en la regulación de múltiples funciones celulares (inflamación, agregación plaquetaria, función linfocitaria, etc.) y por su implicación en el desarrollo del cerebro y la retina. De hecho la legislación europea recoge la necesidad de añadir LA y ALA a las fórmulas infantiles destinadas a niños durante el primer año, y también contempla la adición de ARA y DHA a estas mismas fórmulas.
Respecto a las edades preescolar y escolar, en nuestro país no existen actualmente recomendaciones concretas para estos ácidos grasos, aunque como ya se ha comentado, el patrón dietético actual supone un excesivo consumo de AGPI Omega 6, por lo que es recomendable aumentar la ingesta de los pertenecientes a la serie Omega 3.