Se han producido aumentos superiores a los 30 años en la esperanza de vida en la mayoría de países desarrollados. Las tasas de mortalidad en naciones con la esperanza de vida más larga como España, Japón o Suecia sugieren que, incluso aunque no mejoren los trastornos de la salud, tres cuartas partes de los bebés vivirán al menos hasta los 75 años. Pero si la esperanza de vida continúa en ascenso, la mayoría de los nacidos a partir del año 2000 podrían vivir hasta los 100 años.
Los datos sobre la mortalidad a partir de los 80 años en más de 30 países desarrollados muestran que en 1950 la probabilidad de supervivencia entre los 80 y los 90 era de una media del 15% en mujeres y del 12% en hombres. En 2002 estos valores eran del 37 y el 25% respectivamente.
Los investigadores ponen como ejemplo a Alemania, donde se espera que en 2050 la población sea sustancialmente más vieja y más pequeña que en la actualidad, una predicción que consideran típica para otros países desarrollados.
La incidencia total del cáncer está subiendo debido a que cada vez más personas viven más tiempo y otras enfermedades crónicas como la diabetes y la artritis también están subiendo. La prevalencia de la enfermedad cardiovascular continúa al alza pero se cree que es porque la mortalidad por estos trastornos está disminuyendo.
La clave para la calidad de vida a edades avanzadas es la capacidad de seguir activo y cómo los años afectan a las actividades diarias. La mayoría de evidencias sugieren que los menores de 85 años posponen sus limitaciones y discapacidades a pesar de un aumento en las enfermedades crónicas. Esta aparente contradicción al menos en parte se debe al diagnóstico temprano, los mejores tratamientos y una mejora en las enfermedades prevalentes por lo que son menos discapacitantes. Las personas de menos de 85 años viven más tiempo y en conjunto son capaces de manejar sus actividades diarias por más tiempo que las generaciones anteriores.
Lo sombrío de la longevidad
En cuanto a los mayores de 85 años, la situación es menos clara ya que los datos son escasos y existe una preocupación generalizada de que la longevidad excepcional tiene resultados sombríos para los individuos y las sociedades.
La investigación danesa muestra que la proporción de individuos independientes es similar entre los que tienen 100 años y aquellos entre 92 y 93 años, así que esta longevidad excepcional supone una carga para la sociedad aunque no signifique niveles de discapacidad superiores. Los autores proponen la redistribución del empleo como una posible estrategia para afrontar las implicaciones económicas del envejecimiento.
Los investigadores concluyen que los números en aumento de personas de edad avanzada y muy avanzada supondrán importantes retos para los sistemas de atención sanitaria. Sin embargo, las evidencias actuales sugieren que las personas no sólo viven más tiempo que antes sino que también viven más con menos discapacidad y menos limitaciones funcionales.