El ser humano tiene una temperatura corporal aproximada de unos 36,5ºC. Esta temperatura está regulada por el cerebro, que la mantiene estable a pesar de los cambios del exterior. Sin embargo, infecciones y enfermedades pueden provocar un calor corporal anormal, conocido como fiebre.
Qué es la fiebre
La fiebre es un aumento de la temperatura corporal que el organismo utiliza como mecanismo de defensa contra las infecciones. No es una enfermedad, sino un síntoma que avisa de que existe algún tipo de infección. Si bien la fiebre se desencadena generalmente por infecciones provocadas por microorganismos (bacterias, virus u hongos), también pueden provocarla ciertas enfermedades autoinmunes o con inflamación y algunos medicamentos.
Tener una temperatura superior en unas décimas a la media (36,5º) no significa que haya fiebre. Según la temperatura, el cuerpo se puede encontrar en diferentes estados y sufrir distintos síntomas:
- De 35 a 37 grados: oscilación térmica considerada normal.
- De 37 a 37,5 grados: febrícula.
- De 37,5 a 39 grados: fiebre. Aparecen temblores.
- De 39 a 40 grados: hiperpirexia. Puede aparecer sudor, taquicardia, cefalea, dificultad para respirar, convulsiones…
- Más de 40 grados: se presenta todo lo anterior acentuado y puede surgir confusión, alucinación, delirios…
Por qué no siempre se debe bajar la fiebre
La fiebre es un mecanismo de defensa que protege al cuerpo de las infecciones, por lo que no se debe interpretar como algo negativo. Tampoco hay que pensar que porque la fiebre sea muy alta la enfermedad que la provoca es grave. Hay enfermedades muy graves que no causan fiebre y dolencias leves que generan fiebre muy alta.
La fiebre de más de 38 grados puede causar malestar general pero no suele representar un peligro. Ya que en general es inofensiva, algunos expertos indican que puede ser contraproducente bajarla, porque es un mecanismo de defensa del cuerpo. Aunque lo habitual es tomar un antitérmico para reducir el malestar y seguir con la vida cotidiana, el mejor tratamiento es ayudar a la fiebre a cumplir sus objetivos en lugar de suprimirla. Por tanto, en general no hace falta medicarse, salvo que la fiebre sea muy alta y la sintomatología muy molesta.
Para decidir si conviene actuar contra la fiebre o esperar a que pase es importante fijarse en la duración de la misma y su graduación. En el caso de adultos se debe acudir al médico en caso de que la fiebre se prolongue más de tres o cuatro días, supere los 40 grados o surjan síntomas como sarpullidos, deshidratación, dificultad para respirar, dolor de pecho o abdominal, confusión, vómitos reiterados, dolor de cabeza intenso o dolor de espalda.
En el caso de los niños, si no presentan síntomas más allá de la fiebre no es necesario acudir al pediatra, sino que basta con administrar medicamentos y líquido. Se deberá llamar al médico en el caso de que no mejore la fiebre con los medicamentos o el niño presente síntomas como deshidratación, rigidez en el cuello o dolor de cabeza, dolor abdominal, problemas para respirar, sarpullido y dolor o hinchazón articular, entre otros. Los bebés menores de 3 meses con fiebre sí deben acudir de forma inmediata a consulta.
Si la fiebre se prolonga, aunque no genere excesivo malestar, puede ser síntoma de padecer una infección importante o enfermedad autoinmune, por lo que se debe acudir a consulta para que el médico valore la necesidad de iniciar un tratamiento.
Cómo tratar y bajar la fiebre
Para bajar la fiebre y aliviar las molestias que ocasiona se puede recurrirá a fármacos anti-inflamatorios no esteroides como el paracetamol, el ibuprofeno y al ácido acetilsalicílico. El medicamento más eficaz y menos agresivo es el paracetamol, aunque el ibuprofeno se puede tomar si hay dolor de cabeza intenso o dolor de huesos y malestar general. El ácido acetilsalicílico no se puede administrar a niños.
Además de tomar medicamentos para la fiebre es recomendable:
- Guardar reposo y tomar abundantes líquidos para evitar la deshidratación.
- Mantener una temperatura ambiente de entre 21 y 22 grados.
- Evitar el exceso de abrigo en la cama y usar ropas ligeras que faciliten la pérdida de calor.
- Mantener las mucosas húmedas y limpias.
- Tomar baños con agua tibia o templada. En todo caso hay que evitar los baños de agua fría, ya que la vasoconstricción producida impediría la pérdida de calor. También es importante que no se sufran cambios bruscos de temperatura, ya que pueden llevar al shock de la persona enferma.
- Colocar compresas frías en la frente.