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El lipedema, mucho más que grasa localizada: señales que alertan de esta enfermedad progresiva

El lipedema es una patología compleja, muchas veces malinterpretada como un simple problema de sobrepeso. Aunque su síntoma más visible es el aumento de volumen en piernas y brazos, lo cierto es que existen otros signos menos evidentes que pueden confundir tanto a pacientes como a profesionales, e ignorarlos puede retrasar el diagnóstico y empeorar la evolución de la enfermedad. Por este motivo, saber reconocer estos síntomas menos visibles es clave para actuar con antelación. Desde Clínicas Simarro, expertos en el diagnóstico y tratamiento del lipedema, trabajan desde hace más de 15 años en una perspectiva integral, no quirúrgica, basada en la identificación precoz de signos y síntomas (incluso los más atípicos), nos han asesorado en la elaboración de este artículo para que puedas aprender a detectarlos.

Fatiga persistente y falta de energía

Uno de los síntomas que sorprende a muchas mujeres diagnosticadas de lipedema es el cansancio que nunca se va. No hablamos de una tarde en la que te notas más lenta, sino de una sensación continua de agotamiento que se instala incluso tras dormir lo suficiente. La fatiga se extiende por todo el cuerpo y genera la impresión de llevar siempre una mochila cargada a la espalda. Este estado puede tener varias raíces: la inflamación crónica que acompaña al lipedema desgasta al organismo, los desajustes hormonales influyen en la vitalidad y los problemas en el metabolismo celular restan combustible a cada célula. Al final, esa falta de energía se convierte en un obstáculo para mantener rutinas sencillas como caminar, hacer ejercicio suave o incluso concentrarse en las tareas del día. Quien lo padece suele sentirse incomprendida porque desde fuera la fatiga no se percibe, pero internamente la vida diaria se vuelve mucho más pesada.

Hematomas inexplicables: más que un signo estético

Otro signo que genera confusión es la aparición de moratones sin recordar un golpe claro. Muchas pacientes se despiertan con marcas en las piernas que parecen surgir de la nada. Esto se debe a una fragilidad capilar acentuada, consecuencia de la presión que ejerce la grasa sobre venas y vasos sanguíneos. La circulación se ve comprometida y la piel se convierte en un lienzo donde cualquier roce puede dejar huella. La mayoría suele restar importancia a esos hematomas, interpretándolos como descuidos, pero su repetición constante indica algo más profundo. El problema es que rara vez se vinculan al lipedema en las consultas iniciales y eso retrasa un diagnóstico que podría frenar el avance de la enfermedad. Conocer esta relación ayuda a dar pistas médicas más claras y evita que la persona se culpe por ser, aparentemente, “demasiado propensa” a los golpes.

Alteraciones menstruales y sensibilidad hormonal

El vínculo del lipedema con las hormonas es evidente. Muchas mujeres notan que sus síntomas empeoran durante la menstruación, con más dolor, mayor inflamación y una sensación de pesadez que se intensifica. Tras la menopausia, lejos de mejorar, la enfermedad puede mostrar un avance acelerado. Los desajustes del ciclo menstrual también forman parte de este cuadro: reglas abundantes, irregulares o especialmente dolorosas que no siempre encuentran explicación en las revisiones ginecológicas habituales. Esta conexión hormonal confunde a muchas pacientes porque creen estar ante un problema independiente de su salud reproductiva. Sin embargo, todo está enlazado. El tejido graso alterado tiene receptores hormonales que reaccionan de manera exagerada a cambios en estrógenos y progesterona. Esa sensibilidad convierte al lipedema en una dolencia que fluctúa con cada etapa vital femenina, desde la pubertad hasta la menopausia, generando un impacto físico y emocional difícil de ignorar.

Trastornos digestivos: una conexión poco conocida

Aunque se hable del lipedema como una enfermedad del tejido graso, cada vez hay más evidencia que apunta a la relación con el aparato digestivo. Muchas mujeres presentan síntomas compatibles con hiperpermeabilidad intestinal, síndrome del intestino irritable o disbiosis. En otras palabras, el intestino no actúa como barrera eficaz y deja pasar sustancias que aumentan la inflamación sistémica. Esta inflamación se convierte en el combustible perfecto para agravar los problemas propios del lipedema. Los trastornos digestivos no solo causan molestias como hinchazón, gases o digestiones lentas, también refuerzan ese círculo vicioso donde el cuerpo se encuentra en un estado constante de alerta. Al mismo tiempo, la microbiota intestinal pierde equilibrio y con ello se afecta la producción de vitaminas y neurotransmisores fundamentales para la energía y el bienestar. De este modo, la conexión entre intestino y lipedema deja de ser anecdótica para convertirse en un factor de peso dentro del tratamiento integral.

Dolor articular sin causa aparente

Uno de los aspectos más desconcertantes del lipedema es el dolor en articulaciones como rodillas, caderas o zona lumbar, incluso en mujeres con un peso normal. Muchas acuden al médico sorprendidas porque no encuentran explicación: practican deporte moderado, no tienen lesiones previas y, aun así, sienten rigidez y molestias constantes. La clave está en cómo la grasa se distribuye de manera anómala, alterando la biomecánica y generando un sobreesfuerzo invisible para las articulaciones. Con el tiempo, esa carga silenciosa erosiona la movilidad y limita actividades tan simples como subir escaleras o permanecer de pie durante largos periodos. El dolor no siempre guarda relación directa con el exceso de kilos, sino con la forma en la que el tejido graso cambia la postura y la marcha. Este síntoma suele ser uno de los más frustrantes, ya que las pruebas médicas habituales no muestran daños claros, y aun así la incomodidad persiste.

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