Son muchos y conocidos los efectos que fumar tiene en la salud de las personas: problemas respiratorios, cáncer de pulmón, envejecimiento de los tejidos… Sin embargo, además de al sistema respiratorio, el tabaco afecta en gran medida al órgano más importante del organismo: el cerebro.
Qué es el tabaco
El tabaco se elabora a partir de las hojas y el tallo de la planta del tabaco que, tras picarse o cortarse, son preparadas en diferentes formatos. En algunas ocasiones estas hojas se mezclan con otras sustancias para dar lugar a cigarrillos, tabaco de liar y otros productos que permiten su consumo mediante la aspiración del humo tras su combustión.
Tabaco, nicotina y dependencia
Según el NIDA (National Institute on Drug Abuse) el fumador promedio consume entre 1 y 2 miligramos de nicotina por cada cigarrillo. La nicotina al fumar llega rápidamente a niveles máximos en el torrente sanguíneo y penetra en el cerebro. En el caso de las personas que no inhalan el humo, como al fumar pipas o cigarros, la nicotina se absorbe a través de las membranas mucosas, de manera que alcanza los niveles máximos en la sangre y el cerebro más lentamente.
La nicotina activa la secreción de epinefrina en el cerebro. La epinefrina estimula el sistema nervioso central e incrementa la presión sanguínea, respiración y palpitaciones. La nicotina también estimula la producción de dopamina, un neurotransmisor vinculado a las sensaciones de placer. Junto a esta, también aumenta el nivel de endorfinas, neurotransmisores relacionados con la sensación de euforia. Es por ello que fumar provoca placer en las personas.
La nicotina, por tanto, tiene efectos activadores y estimulantes sobre el organismo. No obstante, la habituación a la nicotina hace que sus efectos sean cada vez menos activadores y se perciban incluso como relajantes. Debido a esto cada vez hacen falta más cantidades para obtener los mismos efectos, y termina por generarse la dependencia.
Efectos del tabaco en el cerebro
En un principio, el consumo de tabaco en pequeñas dosis puede aliviar síntomas depresivos y mejorar el estado de ánimo. También puede aumentar los niveles de vigilia y la capacidad de concentración. Sin embargo, conforme se hace más frecuente el consumo, aparecen consecuencias negativas. La primera es que, por la progresiva tolerancia a la nicotina, acaba apareciendo la dependencia a la sustancia, tanto física como química.
Al tratarse de una dependencia, la falta de tabaco generará abstinencia, dando lugar a malestar y ansiedad. Durante la abstinencia también puede haber aumento de apetito, cefaleas, problemas de sueño y concentración, apatía y una alteración de la percepción de los sentidos del olfato y el gusto.
Además, según un estudio publicado en 2015 por la revista Molecular Psychiatry, fumar acelera el proceso de envejecimiento del cerebro y puede empeorar la capacidad para tomar decisiones y resolver problemas. Los resultados de este estudio mostraron que la corteza cerebral de los fumadores analizados perdió grosor a un ritmo mayor que aquellas personas que no habían fumado nunca. No obstante, aquellos que habían sido fumadores pero lo habían dejado presentaban una corteza cerebral más gruesa que los que seguían fumando. Esto sugiere que el cortex puede regenerarse después de dejar de fumar.
También se ha comprobado que el tabaco reduce la formación de nuevas neuronas. Ya que la nicotina tiene capacidades vasoconstrictoras, el consumo de tabaco puede facilitar la aparición de un ictus. Por su parte, el monóxido de carbono (habitual en la combustión del tabaco) dificulta la oxigenación del cerebro y puede provocar pérdida de velocidad en la transmisión de información entre las neuronas.
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